Jorge Daniel Taillant es fundador de CEDHA y dirige su trabajo en glaciares y minería

*Por Romina Picolotti

Reflexionaba el escritor Green Graham, “la política está en el aire mismo que respiramos, igual que la presencia o ausencia de Dios”.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud la contaminación atmosférica urbana causa en 1,3 millones de muertes al año y afecta de forma desproporcionada a  menores de 5 años que habitan en países de ingresos medios Así, cuanto menor sea la contaminación atmosférica de una ciudad, mejor será la salud respiratoria  y cardiovascular de su población.

La calidad del aire que respiramos y su impacto en nuestra salud se encuentra absolutamente fuera de nuestro control personal, salvo por supuesto que nos mudemos a una ciudad menos contaminada o que votemos a candidatos que incluyan en sus promesas ocuparse en generar un política pública a largo plazo en esta área.

Las Guías de calidad del aire de la OMS constituyen el análisis más consensuado y actualizado sobre los efectos de la contaminación en la salud, y recogen los parámetros de calidad del aire que se recomiendan para reducir de modo significativo los riesgos sanitarios. Dichas Guías señalan que una reducción de la contaminación por partículas (PM10) de 70 a 20 microgramos por metro cúbico permite reducir en aproximadamente un 15% las muertes relacionadas con la calidad del aire.

La OMS recomienda nuevos límites de concentración de partículas en suspensión (PM), ozono (O3), dióxido de nitrógeno (NO2) y dióxido de azufre (SO2). La buena noticia es que la relación cuantitativa entre los niveles de contaminación y resultados concretos relativos a la salud como el aumento de la mortalidad o la morbilidad nos permitiría justificar el destino de recursos económicos y humanos de las arcas municipales a atender esta olvidada área de la política pública urbana. Por cada peso invertido en calidad de aire es posible demostrar con indicadores claros las mejoras en materia de salud de la población. La otra buena noticia es que el ozono troposférico (O3) es uno de los precursores del metano, un gas de poderoso efecto invernadero. Es decir que al ocuparnos de reducir la presencia de O3 también nos ocupamos de mitigar el calentamiento global. En definitiva el Planeta y la población podrían respirar más profundo mediante una misma política de estado.

Además de los valores recomendados, las Directrices proponen, metas provisionales para cada contaminante con el fin de fomentar la reducción gradual de las concentraciones. Concluye la OMS que  si se alcanzaran estas metas, cabría esperar una considerable reducción del riesgo de efectos agudos y crónicos sobre la salud. Por última las Directrices establecen por primera vez un valor de referencia para las partículas en suspensión (PM). Estas son especialmente nocivas para la salud. Las PM consisten en una compleja mezcla de partículas líquidas y sólidas de sustancias orgánicas e inorgánicas suspendidas en el aire. Las partículas se clasifican en función de su diámetro aerodinámico en PM10 (partículas con un diámetro aerodinámico inferior a 10 µm) y PM2.5 (diámetro aerodinámico inferior a 2,5 µm). Estas últimas suponen mayor peligro porque, al inhalarlas, pueden alcanzar las zonas periféricas de los bronquiolos y alterar el intercambio pulmonar de gases. Estudios epidemiológicos demuestran que la exposición a contaminación atmosférica urbana de niños menores de 5 años  produce  cambios en la función pulmonar y síntomas respiratorios tras períodos de exposición de tan sólo 10 minutos. Las cambios experimentados son inflamación del sistema respiratorio tos, secreción mucosa, asma y  bronquitis.  También se ha demostrado que los ingresos hospitalarios por cardiopatías aumentan en los días en que los niveles de contaminación atmosférica urbana son más elevados.

La mortalidad en ciudades con mala calidad de aire supera entre un 15% y un 20% la registrada en ciudades que gozan de aire más limpio. Sin duda como decía Green Graham, “la política está en el aire mismo que respiramos, igual que la presencia o ausencia de Dios”.

* Romina Picolotti es Presidente de Fundación Centro de derechos Humanos y Ambiente (CEDHA)

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