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fuente de imagen: GTM/Shutter stock
(traducción del original en ingles)
¿Porqué por COVID y no por el Cambio Climático?
Una reflexión inter-generacional y aprendisaje de la crisis del COVID 19.
24 de abril, 2020
por Jorge Daniel Taillant (edad 52) y Amelia Murphy (edad 20)
Director Ejecutivo e Investigadora, respectivamente
del Centro de Derechos Humanos y Ambiente
El Director Ejecutivo de CEDHA y su nueva Pasante en Investigación se juntan para ofrecer una reflexión inter-generacional sobre las dinámicas del cambio climático en el contexto de la pandemia mundial COVID 19. Aquí los resultados.
Hace unos meses, yo (JDT, edad 52), estaba hablando con mis hijos sobre lo que necesitábamos como sociedad para abordar al descontrolado cambio climático que estamos viviendo. Hablamos de la necesidad urgente de que industrias re-configuren sus métodos de producción a fin de reducir la contaminación atmosférica. Hablamos de políticos que deben asignar miles de millones, inclusive billones de dólares, para financiar acciones que aborden al cambio climático mediante cambios estructurales a las economías y a las sociedades. Hablamos de los medios, y la necesidad de que haya un cambio unificado de mensajes mediáticos que logren una respuesta social global al cambio climático, y que este mensaje fuera la única prioridad comunicativa planetaria. Hablamos de que era necesario que todos tuviéramos un cambio en los patrones de consumo y en nuestros estilos de vida, conformando una respuesta global al cambio climático, donde nos unimos para tomar medidas difíciles pero necesarias para salvar al ecosistema planetario, para evitar su colapso. Tristemente, terminamos nuestra conversación, como muchas veces lo hemos hecho, con esperanzas idílicas dándonos cuenta (o mejor dicho, pensando), que este tipo de reacciones globales y unificadas para obrar mancomunadamente a favor del clima, era algo imposible.
Y sin embargo, aquí lo tenemos!
La respuesta ha llegado. En un plazo de meses, de semanas, de días, de horas, industrias cesaron su producción, las personas pararon sus actividades, las costumbres cambiaron, los políticos obtuvieron el dinero, inclusive billones de dólares, los medios unificaron su mensaje y el mundo se unificó con un solo propósito. De repente estamos haciendo lo que tenemos que hacer.
En tan solo días, los hábitos humanos cambiaron drásticamente. Paramos los autos y aterrizamos los aviones del mundo, bajando las emisiones de carbono casi a cero. Las industrias dejaron de emitir humo a la atmósfera y dejamos de tirar basura a nuestro ríos. Prácticamente de la noche a la mañana, el bullido y la actividad de las ciudades se frenó, … y al ambiente le encanta. Los coyotes deambulan por las calles de San Francisco, los peces reaparecen en bahías y ríos que repentinamente están limpios porque los dejamos de contaminar. Los pavos reales exploran las villas españolas y las montañas que antes se escondían detrás del humo de los autos y de las industrias en tantas ciudades del mundo, se asoman a la vista nuevamente. Dejamos de contaminar y la Naturaleza respondió, y rápido!
Pero al fin, la mejora y recomposición abrupta del ambiente no es porque estamos abordando el cambio climático, sino porque estamos tratando de contener a la pandemia mundial del COVID 19.
Lo que sí podemos afirmar viendo la respuesta mundial a esta crisis de salud es que las sociedades responden rápidamente a emergencias de vida o muerte (tales como huracanes, terremotos, inundaciones … y ahora, evidentemente tambien, a pandemias). En situaciones de vida o muerte, la sociedad se moviliza, acciona y reacciona, y estamos dispuestos a cambiar hábitos culturales muy enquistados, aunque sea por unos días, para responder a una emergencia que puede implicar la muerte.
Vale la pregunta, entonces, ¿Porqué respondemos para COVID y no para el Cambio Climático?
El cambio climático impactará a muchos millones más de personas, y hasta podría afectar a miles de millones más de lo que impactará el COVID 19. De acuerdo a data de la OMS, el cambio climático ya mata a mas de 150,000 personas anualmente, unas 50,000 más de lo que ha muerto del COVID 19 (al 14 de abril, 2020). De hecho, aun considerando las estimaciones más conservadoras, la reducción de la contaminación atmosférica gracias al cese de la producción industrial en China durante la pandemia ha salvado a más de 20 veces la cantidad de personas a las muertes producidas por el virus, y sin embargo, nadie frena a la producción económica por las muertes debidas al cambio climático.
Es más, ambas crisis afectan desproporcionadamente a grupos vulnerables similares. Sabemos que las comunidades de bajos ingresos que tienen menor acceso a servicios básicos como el agua potable y cloacas, y que viven en zonas de baja calidad de aire y con infraestructura habitacional deficiente, que carecen de atención médica, son generalmente los menos resistentes y los más vulnerables a los efectos del cambio climático. Vemos en esta pandemia del COVID 19, que estas mismas poblaciones, por su pobre infraestructura y condiciones habitacionales, y por vivir con mala calidad de aire, también son los más vulnerables a los efectos de la pandemia. Estas comunidades sufren desproporcionadamente y de maneras muy parecidas, a ambas crisis, la de COVID 19 y la del cambio climático.
¿Entonces, porqué respondemos tan rápidamente para parar al COVID 19 y no hacemos lo mismo para detener y revertir la crisis del cambio climático que venimos padeciendo hace tantas décadas? La respuesta corta y más simple es el miedo.
El miedo, particularmente el miedo a la muerte, puede llevarnos a tomar acciones colectivas como pocas otras emociones. Es innata e instintiva. Los animales, y los humanos también, queremos sobrevivir ante todo. Es puro instinto. Escuchamos disparos de armas en un lugar público y corremos colectivamente para protegernos. Un fuego en un edificio o un terremoto que podrían causar el colapso del edificio nos llevan a salir corriendo en tan solo segundos. Un huracán o un tsunami nos hace correr hacia tierra alta. Y una pandemia mundial que es altamente contagiosa y que tiene una alta taza de mortalidad para nosotros y para nuestras familias también nos hace hacer cosas que nunca pensamos posibles. Y nuestras acciones y reacciones a estos riesgos inminentes son rápidas y eficaces.
¿Entonces cuál es la diferencia? El cambio climático e mucho peor para la sociedad planetaria que la pandemia, y sin embargo, somos lentísimos para reaccionar ante la crisis climática que está cada vez peor. No pensamos, o al menos parece que no pensamos, que el cambio climático es tan urgente que debemos parar todo y abordar la situación (a pesar de que es justamente lo que deberíamos hacer). Ni siquiera estamos cerca de lograr la movilización social, los cambios de hábitos, los cambios industriales y los cambios sociales estructurales, los cambios de políticas, la reducción de emisiones, o de lograr el financiamiento necesario para realizar estos cambios y así frenar y revertir las tendencias del cambio climático.
En términos de financiamiento que necesitamos para nuestras economías para abordar el cambio climático, estamos hablando de 2 billones (2 trillones en inglés) por año todos los años al 2050 para mantener al mundo por debajo de 1,5 grados centígrados de calentamiento global para evitar los limites irreversible del cambio climático. Tan solo los Estados Unidos de América designó este monto económico en su primer plan de estímulo aprobado por el Congreso hace pocos días para frenar COVID 19. Desde esa decisión, ya triplicaron el monto asignado para destinado al COVID. Increíblemente no podemos conseguir este monto para el planeta, entre todos los país del mundo, en un año entero.
¿Qué nos pasa? Sucede que como sociedad, no tememos al cambio climático, o al menos, no lo tememos lo suficiente ,para rápidamente priorizar acciones y comprometernos para hacer algo al respecto. El segundo factor que determina nuestra respuesta, luego del miedo, es el tiempo.
Utilicemos dos analogías para ayudarnos a entender la relación estrecha que existe entre el miedo y el tiempo en las respectivas crisis del COVID 19 y el cambio climático.
Pensemos en el cambio climático como una bala que está por salir de un revolver apuntado a nuestra cabeza. Si fuera un revolver verdadero con una bala verdadera, reaccionaríamos inmediatamente buscando refugio. Pero la bala del cambio climático es una bala que no nos matará inmediatamente, y lo sabemos. Tomará tiempo en matarnos, quizás una década, o varias décadas, o hasta quizás un siglo. Posiblemente ni siquiera estaremos cuando la bala llegue a destino y en vez de matarnos a nosotros, matará a nuestros hijos, o nietos, o los hijos y nietos de otros, y entonces, la bala del cambio climático nos genera mucho menos miedo. Otros utilizan la analogía del sapo en la olla de agua caliente para comprender la respuesta social (o la falta de respuesta) al cambio climático. Si lanzamos a un sapo a una olla de agua hirviendo, inmediatamente intentará escaparse del agua pues entiende que si no lo hace, morirá (esa es la crisis del COVID 19), pero si el sapo se pone en la olla con el agua tibia, y luego se enciendo el fuego, disfrutará del agua mientras se calienta, y eventualmente morirá cuando se aproxima al hervor (esa es nuestra respuesta actual al cambio climático.)
Entonces, mientras que evitar la muerte inmediata es nuestro instinto, y a esto reaccionamos todos rápidamente, el tiempo nos da el beneficio del pensamiento y la posibilidad de postergar la decisión. También nos podemos poner a debatir si efectivamente moriremos o no del calentamiento del agua en la olla. En este caso, la reacción al miedo depende más sobre la emoción instantánea relacionada con la crisis, que del instinto que nos llevaría a tomar una decisión más veloz, aunque entendamos perfectamente que eventualmente moriremos si no actuamos. Nuestro factor de miedo es es fuertemente reducido por el factor del tiempo. Somos el sapo en la olla de agua tibia.
Aunque podamos estar de acuerdo que el cambio climático es serio, o que inclusive es mortal, también sabemos que es algo en evolución, es progresivo, con un horizonte de tiempo más prolongado que el de una bala que está por salir de un revolver que está apuntado a nosotros. El progresivo y lento calentamiento del agua en una olla nos brinda tiempo y el lujo de demorar decisiones difíciles para una fecha más alejada en el tiempo (decisiones sobre políticas, finanzas, y cambios de hábitos).
La bala del COVID 19 ya dejó el revolver, el agua ya está hirviendo y la sociedad está demandando acciones inmediatas a sus funcionarios públicos. Los políticos sienten la necesidad de actuar de inmediato, tanto porque ellos mismos (al igual que el resto) sienten el miedo para ellos y para sus familias, y también sienten la presión social y política que le imponen sus electores. Combinemos esto último con la realidad que los períodos electorales y administrativos generalmente duran entre 2-4 años (en los Estados Unidos), logramos las respuestas inmediatas que estamos viendo de nuestros representantes políticos: decisiones rápidas, directivos, programas, acciones, y financiamiento en el corto plazo para abordar al COVID 19.
Por el contrario, la bala del cambio climático, quizás nos matará (o matará a nuestros descendientes) en 50, 100, o 1,000 años y esto hace que el agua en la olla parezca cálida por el momento, y si bien nos matará algún día, estamos dispuestos a quedarnos en la olla por un tiempo más. Aun no pegaremos el salto. Los impactos del cambio climático, o al menos sus consecuencias inmediatas, en su mayor parte, no ocurren dentro de los ciclos electorales de los funcionarios públicos, y entonces, la posibilidad de postergar decisiones difíciles a que las tomen otros políticos, en algún momento en el futuro, es más apetecedora para los políticos y más tolerable para los electores y para la sociedad.
Las personas generalmente no están sintiendo el fuego del agua en la olla. Sí, hay algunos que están empezando a entender. Si vives en Maldives y tu hogar o tu país entero quedará en los próximos años o décadas bajo agua, ya estás reaccionando y estás buscando un lugar para mudarte. Si vives en Los Cayos de la Florida o inclusive en Miami donde con una buena lluvia se inunda tu calle y luego se estanca el agua por varios días (o simplemente no se va–como ya sucede en algunos cayos, quizás estás buscando el momento oportuno para vender y mudarte de barrio a una tierra más alta. Seguramente ya estás pidiendo que tu gobierno te ayude y comunicándote con tus representantes para que tomen medidas ya.
La mayoría de las personas no ve el revolver del cambio climático apuntando a su cabeza y no ve que la bala ya salió, o si lo ve, no piensa que representa un riesgo por el momento, y entonces posterga las decisiones que debe tomar. Las personas responden a emergencias cuando tienen a las emergencias encima, y cuando la muerte está cerca y la ven aproximarse. No te preparas para el huracán hasta que está a pocas horas de llegar. No corres del edificio hasta que las paredes empiezan a temblar. No te vas de tu casa hasta que la inundación llega a tu calle, o inclusive esperas hasta que entre a tu casa. Postergamos.
Las respuestas sociales, políticas, gubernamentales e industriales que necesitamos para abordar al cambio climático son del tipo masivo que estamos viendo en las respuestas al COVID 19, es más, son más urgentes y más existenciales, y simplemente no lo entendemos.
¿Podemos aprender algo de la respuesta al COVID 19 que todos estamos viviendo sobre cómo reembarcarnos en un camino que nos ayude a abordar al cambio climático una vez que pase la pandemia?
Los activistas ambientales han estado tratando de crear narrativas sobre la crisis climática para movilizar a la sociedad. Han tratado de elevar el factor «miedo» para que reaccionemos como un sapo tirado en una olla de agua hirviendo, con pocos resultados. Nuestra sociedad viene tratando de aumentar la conciencia ambiental, desde que inventamos términos como «el desarrollo sostenible» en los 1980s. Las narrativas sobre cambio climático son más recientes (desde que el ex-Presidente de los Estados Unidos, Al Gore empezó a viajar por el mundo advirtiendo en un PowerPoint sobre cambio climático a mediados de los 2000s), pero al final, hemos logrado avanzar poco en hacer que la sociedad cambie su curso rápidamente y efectivamente.
Hemos en gran medida superado una buena parte de la barrera de la creencia que el cambio climático no es real (aunque algunos aun niegan la existencia del cambio climático). Y hemos llegado a un consenso global sobre lo que tenemos que hacer para revertir las tendencias (por ejemplo, compromisos para reducir emisiones que hemos hecho en el Acuerdo de Paris, lograr virar hacia energías renovables, reducir nuestra dependencia en energías fósiles, cambiar hábitos, etc.).
El problema es que es mucho más difícil pasar de la teoría a la práctica. Cambiar los hábitos a nivel mundial para evitar los puntos de no-retorno para el cambio climático, es difícil. Sin embargo el reloj sigue su tic toc, y la esperanza que logremos reaccionar a tiempo se reduce. Y si bien mucha de la sociedad puede estar de acuerdo sobre la idea de que debemos cambiar (gracias a la unificación global de mensaje de los medios sociales), hemos visto barreras tras barreras en el sector público y en el sector privado para lograr que la reacción concreta llevada a acciones sea más rápida y eficaz.
El financiamiento y la acción política para abordar al COVID 19 se mueve y se mueve rápido. Hemos visto una repuesta a COVID que ambientalistas y mucha de la sociedad pensaba imposible. En apenas pocos días cambiamos completamente a nuestros sistemas y hábitos de ordenamiento y comportamiento, que antes pensábamos imposibles de modificar a nivel global. Y si bien sería inapropiado hablar de una «oportunidad» en la tragedia, sí podemos pensar y reconocer que la crisis del COVID nos mostró ante todo lo qué somos capaces de hacer. Somos capaces de cambiar social, política y económicamente, ante una crisis existencial, algo que las generaciones más viejas pensaban imposible para abordar el cambio climático.
Para la más joven de los dos autores de este artículo (A.M., edad 20), esta crisis puede ser simplemente un momento el el tiempo de mi historia, en una era cuando la volatilidad de las crisis sociales puede que se hayan convertido en la norma, y cuando la convivencia con pandemias u otras crisis climáticas tales como incendios forestales o la suba del nivel del mar pueden convertirse en algo común y corriente.
En lo que ambos estábamos de acuerdo cuando nos sentamos a escribir este artículo es que nuestras respectivas generaciones vemos a esta crisis de manera muy diferente. La generación más vieja (y ahora vuelo al teclado, JDT, edad 52) es la culpable de las actuales tendencias de cambio climático, y ahora estamos en emergencia para abordar el problema que hemos creado. Para nosotros la bala ya se disparó y se aproxima rápidamente. Hemos visto el deterioro y vemos que estamos sobre el abismo del colapso. COVID es la materialización y la confirmación sobre nuestra fragilidad global. Estamos afligidos por el colapso de nuestro planeta, y ahora, ha llegado, en la forma de una pandemia global.
Para la generación más joven (vuelvo, A.M., edad 20), vemos a la crisis de manera distinta. Mientras para la Boomers sentarse todo el día delante de una computadora parece novedoso, no es tan distinto para nosotros de la Generación Z. Nosotros vemos con optimismo la recomposición repentina de la Naturaleza, la vuelta de los coyotes a San Francisco y la vuelta de las aguas limpias de Venecia, y podemos soñar con un mundo más limpio que el que estamos heredando. Podemos ver de repente a las magníficas Himalayas en algunas de las ciudades más contaminadas del mundo. Vemos que el cambio es posible.
La característica particular de la mente joven es la capacidad de preocuparse menos sobre las tragedias del pasado, y pensar más productivamente en las oportunidades del futuro.
Mientras los puntos de vista sobre cómo llegamos a esta crisis y mientras nuestras visiones de esperanza pueden ser fundamentalmente diferentes, la respuesta subyacente que necesitamos no es generacional, si no que está basada en valores. Y los valores que determinan cómo respondemos son generalmente compartidos entre las personas, no importando quienes somos.
Hemos aprendido con la respuesta a la crisis del COVID algo que es extremadamente importante para poder lidiar con la crisis climática. Como sociedad nos preocupamos, y cuando debemos accionar para salvar a nuestras vidas, lo hacemos. No es solamente el miedo que nos hace reaccionar, es el miedo a perder a nuestras familias y a nuestro bienestar. Hemos visto todo lo que consideramos «normal» en nuestras vidas pararse, drásticamente deteriorado o puesto en gran riesgo (la escuela, nuestro trabajo, amigos, familia, y casi todos los aspectos de la vida). La crisis del COVID ha tomado control de todo, mostrándonos, enseñándonos cuán frágiles somos.
Hemos visto el peligro que la vulnerabilidad global representa para nosotros y para la forma de vida que hasta hace muy poco tiempo, pensábamos incambiable. Hemos visto a nuestros padres, a nuestras maestras, a nuestros médicos, a nuestros hijos, a las personas que nos traen comida, a los empleados de los supermercados, a los policías y a los paramédicos, enfrentar el peligro y la inseguridad, y sin embargo, se juegan para protegernos.
Entonces, como grupo y como sociedad, porque debemos hacerlo, nos quedamos en casa, cambiamos nuestros hábitos, cerramos nuestras economías, todo para proteger a nuestras familias, a nuestros vecinos y a nosotros mismos. Mientras formulamos nuevas políticas y acciones para dejara atrás a COVID 19 y para volver a nuestras «vidas normales», debemos tener en cuenta que estamos inmersos en otra crisis, una crisis climática reinante por la cual hasta ahora, no hemos querido cambiar. Afortunadamente la crisis de COVID 19 nos ha mostrado que sí podemos cambiar.
Nuestra tarea no es meter miedo y aterrorizar a la sociedad sobre la destrucción que se viene con el cambio climático. Lo que debemos hacer es parar un momento para valorar aquello que más queremos. La pandemia de COVID 19 nos ha dado una ventana para mirarnos, para revelar nuestras falencias, para indicar nuestros errores y para subrayar nuestra fragilidad, pero también para mostrarnos nuestra fortaleza como familia global que puede y debe tener la esperanza que podemos cambiar.
A medida que los funcionarios públicos avanzan, la meta no debe ser solamente reponernos a la misma «normalidad» que dejamos antes de COVID, pero al contrario, progresar hacia una estado de «normalidad mejorada». Y mientras este mejoramiento es algo subjetivo, todos podemos estar de acuerdo en que significa mejorar a nuestra salud y nuestra seguridad y la de nuestras familias, de nuestros queridos y de las poblaciones más vulnerables.
La calidad del aire es una variable clave. Mientras peor es el aire, más alta es la probabilidad que la población sufra de enfermedades respiratorias y más alta es la vulnerabilidad a pandemias tales como COVID. En esto, tanto COVID como el clima tienen zonas de común vulnerabilidad. Funcionarios públicos y quienes definen las políticas públicas deben considerar cómo prepararse para las próximas olas de enfermedades, mediante políticas y programas que promuevan un aire más limpio, acciones que son buenas para abordar pandemias, pero que tambien son buenas para revertir el cambio climático.
Economicamente, debemos reabrir las economías y obrar por la creación de empleo, pero no simplemente cualquier empleo. Debemos trasladar a los recursos económicos de inversiones en actividades que son carbono-intensivas a actividades que son más amigables para el clima. Ante las altas tazas de desempleo que estamos viendo, podemos crear empleo en actividades de reciclaje, en reforestación, en la conservación de la naturaleza, en la gestión y cuidado del agua, en la reducción de desechos, en manejo del riesgo ambiental, en la promoción de energías renovables en vez de aquéllas dependientes de energías fósiles, todo mientras hacemos a nuestras economías más resistentes y más clima-amigables. En la era post-depresión económica de los años 1930s, en los Estados Unidos se crearon millones de puestos de trabajo para plantar árboles. Era una manera rápida y fácil para crear empleo en un período de post-recesión, mientras al mismo tiempo hacer algo positivo para el ambiente.
La mayoría de nosotros no somos funcionarios públicos, ni elaboramos políticas públicas. Somos madres, padres, hermanas, hermanos, dueños de empresas, trabajadores, maestras y más. ¿Qué podemos hacer nosotros desde nuestras vidas para ayudar a promover el cambio que necesitamos para abordar la crisis climática? Primero, debemos utilizar nuestro tiempo ahora, mientras estamos en cuarentena, para hacer una pausa y reflexionar; reflexionar sobre si queremos o no volver al mundo pre-COVID. Debemos pensar en cómo la huella que dejamos en el ambiente cambió durante este breve período. Pensemos en lo positivo que fue para la reducción de la contaminación. También podemos pensar sobre lo que queremos de nuestros líderes políticos y pedírselos (manifestado mediante el voto popular pero también por nuestra participación en discusiones previas sobre política pública).
Mientras seguimos en cuarentena, vimos a nuestro planeta y a nuestro ambiente mejorar en todas las regiones del planeta. Intentemos capturar y aprovechar ese cambio. ¿Podemos contaminar menos? ¿Podemos comer afuera menos? ¿Podemos reducir el consumo de plásticos? ¿Podemos conducir menos nuestros automóviles? ¿Qué podemos, y más importante aun, qué puedes hacer «tu», cuando todo esto termine para reducir nuestro impacto sobre el ambiente? Mientras estamos en casa en cuarentena, trabajando, estudiando, comprando online, podemos considerar cómo podemos mantener estas prácticas a distancia y cómo podemos mantener la rebaja de emisiones que hemos generado, luego de que pase el COVID. ¿Quizás puedas cocinar más seguido en tu casa, buscar comprar tus verduras localmente, o hablar con tu jefe para que te deje trabajar desde tu casa al menos algunos días por semana? ¿O quizás puedas tomar una clase por internet en vez de viajar al colegio/universidad? Si eres dueño de una empresa, ¿podrás reducir tus desechos o tus emisiones en las operaciones diarias, o hacer que tus empleados puedan trabajar desde su hogar? ¿Puedes repensar tu plan a 5 o 10 años para reconvertir tu fuente energética desde energías fósiles a energías renovables?
Al final del día, lo que se nos pide a todos nosotros es que dejemos de sacrificar a nuestro futuro y el de generaciones futuras por el confort temporario y actual del «viejo normal». ¿En vez de volver a la manera de siempre de hacer las cosas, no podríamos tomar esta oportunidad para lograr un «normal mejorado»? Lo más importante sobre la experiencia de estos últimos meses es que hemos aprendido que podemos cambiar. Podemos lograr un «normal» nuevo y mejorado. Y lo mejor de todo es que al final del día, es tú decisión hacerlo!